martes, abril 07, 2009

Pensar lo Implícito en Torno a Gómez Dávila


Pensar lo Implícito en Torno a Gómez Dávila

Alfredo Abad T.

Universidad Tecnológica de Pereira, 2008.
ISBN. 978958444178-2
p. 198.








Pensar lo Implícito en Torno a Gómez Dávila - Alfredo Abad



Desde hace unos cuantos años la obra de Nicolás Gómez Dávila ha comenzado a ser objeto de un creciente interés que bajo ningún motivo debe considerarse sobrevalorado. De hecho, la crítica filosófica todavía se encuentra en mora de acercarse a su complejidad y detallar la amplitud de la misma, teniendo presente claro está el hecho de que cada día son más los lectores interesados en la novedad que representan las nuevas y muy necesarias ediciones de los Escolios y demás libros. A través de la lectura de los mismos se adentra el lector en un universo distinto, ajeno a las motivaciones especulativas del mundo contemporáneo, y es por ello que logran ubicarse en un contexto rotundamente ajeno a cualquiera de su género en los momentos en que fueron escritos.
La ubicación formal de la obra ha orientado subsecuentemente una riqueza mayor a la que hasta el momento se había determinado, puesto que la obra fragmentaria no tiene ahora solamente una clasificación formal e ideológica que pueda ser simplificada en el sentido de dar por descontado las diferencias que existen en ella desde el punto de vista formal e ideológico.
La estructura concéntrica encontrada en los escolios converge hacia la consolidación de una matriz ideológica virtual que apunta hacia la llamada fuerza centrípeta que opera dentro de los múltiples fragmentos. Es por ello que forma y contenido en este caso, han presentado una fractura permanente generando un problema sumamente atrayente para las investigaciones contemporáneas que se remiten a ubicar la inquebrantable unidad entre forma y contenido, específicamente, en la correspondencia evidente dada en las marcas textuales fragmentarias como en el caso de los aforistas contemporáneos principalmente, en los cuales es palpable la integración de sus exposiciones fragmentarias con un pensamiento plural, quebrado, disperso. Esta condición no aparece en la red concéntrica que demarca la estética puntillista de Gómez Dávila, y es por eso que cobra mayor interés, en este caso demarcado por la contradicción generada entre sus pensamientos jerárquicos, ordenados y congruentes, y el despliegue textual fragmentado.
Con respecto a la consideración hecha en el tercer capítulo de este estudio, la diseminación especulativa se determina a partir del uso paradojal del aforismo. En este caso, se presentan unas características interpretativas ajenas al anterior “modelo” escritural. Es por ello que logran determinarse unas configuraciones escriturales que tienden hacia la dispersión polifónica de la palabra y por supuesto, del pensamiento. Es así como se consolida una fuerza centrífuga que abre caminos especulativos y sobre todo, a través de su transitoriedad, disemina y desplaza las certidumbres para establecer un rumbo y no precisamente una meta. Es en este aspecto como se logra ubicar el plano estético de la existencia que caracteriza implícitamente el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila. De esta manera, se consolidan dos vertientes importantes dentro del pensamiento gomezdaviliano, búsqueda concéntrica y exaltación diseminativa. Ambas convergen simultáneamente mientras por las mismas fluye la motivación estética del colombiano y exterioriza una práctica de vida singular, una sabiduría de la existencia determinada por la reflexión y la escritura escholiográfica, producto de quien hace de su vida una obra de arte.
A partir de esta consideración Gómez Dávila puede ser posicionado en un espacio donde su configuración filosófica se enmarca en un entorno totalmente distinto al que comúnmente le ha sido asociado. Ello porque como lo fue sugerido en el primer capítulo, el prurito interpretativo sobre el pensador que lo asocia frecuentemente con el pensamiento reaccionario debe redefinirse, y a partir de lo expuesto en los otros capítulos, hacia una óptica que establezca tal fenómeno como una construcción personal mucho más ligada a un talante, a una disposición, a un sentido íntimo ajeno al despliegue ideológico.

jueves, marzo 05, 2009

Nicolás Gómez Dávila La Filosofía como Epifanía

Por: Alfredo Abad T.

Cuando hace algunos años descubrí a Nicolás Gómez Dávila en una de las selecciones que de sus escolios se han publicado, recuerdo haber permanecido estupefacto ante la perplejidad que acontece una vez se aborda su obra. A pesar de las desavenencias que surgen ante su lectura, el mérito de una escritura y un pensamiento tan depurados dinamiza la entrega con que se abordan y acrecienta el interés sobre los mismos. El carácter implícito que se expresa en el título de su obra más importante o conocida Escolios a un Texto Implícito ha sido siempre tema de controversia dados los no muy claros referentes que pueden concretarlo. Siempre he tratado de huir de las alusiones que lo asocian al pensamiento reaccionario, no porque sean equivocadas, sino porque son evidentes y explícitas mientras que los enigmas que se recrean en la lectura de los Escolios enfocan las problemáticas gomezdavilianas hacia otro tipo de horizontes que en buena medida ofrecen un panorama más aventajado de su pensamiento filosófico. Esta última expresión (la de concebir un pensamiento filosófico en el autor) parecerá extraña a quienes se ocupan de representar la filosofía con una extrema tendencia hacia la especulación indirecta[1], hacia la categorización rígida de la misma como un saber que se aprehende, digna sólo de consideraciones obtusas y torpes frente a lo que en un contexto más amplio puede definirse como filosofía, es decir, generar dudas, incertidumbre, problemas. Hacia esta perspectiva me permito ofrecer un esbozo de lo que en Gómez Dávila acontece como especulación nacida de la experiencia directa, una filosofía ajena a esquematismos como los que tanto aprecian los profesores de filosofía quienes más que pensar son simples embalsamadores de ideas. A lo largo de los Escolios es posible identificar críticas a la filosofía en lo que respecta a sus pretensiones de acatar un pensamiento no vivido, asimilado a través de la importación y no del surgimiento propio acaecido de manera directa como vivencia o epifanía. El descubrimiento de una verdad acontece de manera instantánea, como una lúcida recepción de un acontecer en donde el ser es devenir, para dar cuenta de una radical instantaneidad de la experiencia humana.
Da gusto leer a Gómez Dávila por la manera como se desliga de los cánones académicos en que la filosofía ha caído hace ya algunos siglos. Precisamente este punto indica una confrontación con un pensar en el que la experiencia o vivencia no fundamenta la reflexión, mientras que la escritura y el pensamiento en Gómez Dávila se inscriben paralelamente en una simbiosis en donde la fragmentariedad de la primera deriva de la inmediatez y del carácter directo que tiene el segundo. A pesar de que dentro del conjunto de su obra puede ser considerada la vasta y rígida inclinación hacia ciertas posturas (eclesiales, políticas etc.) el matiz fragmentario de su pensamiento ha sido desestimado, precisamente por quienes afanados en ocuparse de las lecturas explícitas del autor, han olvidado el talante implícito que atraviesa toda la gran cantidad de fragmentos, y que en este esbozo, quisiera detallar como quizá la principal motivación para esclarecer las relaciones que Gómez Dávila sostuvo con algo que por ahora, sin mayores consideraciones establecemos como filosofía. Quiero pues indicar que para comprender el enfoque filosófico de este pensador se debe sin lugar a dudas considerar hacia qué apunta y qué motiva su escritura fragmentaria. Con respecto a lo que puedan pensar muchos críticos de la obra del colombiano, disiento de las mismas cuando establecen ciertos fundamentos motivadores del pensamiento gomezdaviliano, los cuales en la mayoría de casos están emparentados con un tipo de posicionamiento regular del pensador, en torno a temas corrientes y explícitos en su escritura. La contundencia de sus afirmaciones en torno a la modernidad y el respaldo reaccionario que las motiva, son esquemas a los cuales se ha querido reducir perniciosamente la obra del colombiano. Muy por el contrario, considero que el valor de la obra del colombiano no se reduce a su postura reaccionaria, la cual entre otras obliga a considerar aspectos sospechosos a través de los cuales filosóficamente el bogotano no saldría bien librado, si a ellos aludiéramos en lo que respecta por ejemplo a la confrontación de su obra con la escuela de la sospecha, para detallar que en buena parte de sus reflexiones se ocultan intenciones que como en todo pensamiento, no dejan bien posicionado a su creador en tanto descubren diversos intereses que ya Nietzsche, Marx y Freud han evidenciado[2]. Sabemos que la “empresa reaccionaria” de nuestro autor está anclada en supuestos que los pensadores de la sospecha nos obligarían a rechazar por motivos explícitos en los Escolios[3]. Creo que cualquier intento de respaldar y escudar los prejuicios del bogotano sólo puede ser emprendido por quienes en realidad más que comprenderlo quieren usarlo. Tal es el caso de las críticas enfocadas en una actitud discipular, propia de las derechas y de los claustros. Creo también por supuesto, que quienes se han ensañado contra el colombiano padecen un estrabismo diametralmente opuesto a la miopía de sus aduladores[4].
El enfoque fragmentario expuesto en los escolios y las paradojas a que nos obliga la lectura de los mismos, corresponden a un pensador mucho más problemático de lo que las reducciones reaccionarias nos suelen enseñar.
En numerosas ocasiones los Escolios introducen al lector en una red que el propio autor ha denominado estética puntillista. Esa red procura conformar una obra que si bien no es sistemática tiende en todo caso a considerar ciertas temáticas desde unas perspectivas que sí están definidas en el pensamiento del bogotano y por las cuales se puede hacer una clasificación detallada y regular del mismo. Existe sin embargo, otra red que en buena medida es laberíntica, la cual para los propósitos de este texto es en la que más quisiera concentrar la atención. Se considera aquí entonces el fragmento en todas sus problemáticas, en la ubicación no sólo escritural sino intelectual que hace que un autor como este no se deje encasillar fácilmente. Me interesa pues resaltar el hecho de que la elección de un tipo de escritura como el escolio, el aforismo y la nota, no se debe solamente a una consideración estilística sino que implica una constitución ideológica abierta y hasta laberíntica.

El fragmento y el instante
Que el hombre viva entre fragmentos es una consideración propia de don Nicolás, de hecho la hace suya al reivindicar el papel jugado por la concreción del instante dentro de la vida y por supuesto dentro del pensamiento. Vale la pena tener en cuenta la importancia que el autor concede al instante dentro de la comprensión de lo que podría considerarse una aprehensión fragmentaria y por ende, capaz de asumir la contingencia que la envuelve. Este aspecto es significativo y poco visto dentro de los horizontes de implicación del pensamiento gomezdaviliano. Incorpora dentro de sí una ambivalencia, una ambigüedad, una paradoja tal, que es capaz de constituir un terreno impropio para una crítica incapaz de asumir el equívoco dentro de una filosofía. “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante” (Escolios I, 44) El fruto de la exaltación por lo concreto indica una clara oposición a un modelo esquemático del mundo y de la realidad, o de lo que por ella se entienda. El hombre tal como lo ha entendido Nicolás Gómez Dávila no puede ser resuelto, ni en sus orígenes, ni en sus pretensiones, ni en sus querencias, y por lo tanto, el crítico tampoco podrá ejercer la violencia interpretativa que suele darse sobre el autor cuando lo reduce solamente al esquematismo propio de las ideologías a las que pertenece nuestro autor. De hecho, “Al inventarle un sentido global al mundo despojamos de sentido hasta los fragmentos que lo tienen” (Nuevos II, 93) El fragmento en Gómez Dávila, el instante arrancado como desgarramiento al devenir de la existencia no tiene un valor insignificante. En esa ambivalencia característica del pensamiento que asume la contradicción en toda su complejidad, el bogotano concede una considerable relevancia a la constitución de la imagen instantánea del fragmento vivido. Por ello pudo escribir con convencimiento y a la vez con sensibilidad:

Las experiencias espiritualmente más hondas no provienen de meditaciones intelectuales profundas, sino de la visión privilegiada de algo concreto.
En el larario del alma no veneramos grandes dioses, sino fragmentos de frases, gajos de sueños. (Nuevos I, 44)

Tal inclinación por la manifestación de lo efímero, de lo casual, de la experiencia fragmentaria, no es un aspecto fortuito. Se debe a la propia concepción gomezdaviliana frente a la totalidad del universo. La idea de absorber una realidad a través de un sistema cerrado y preciso no es propia de quien pudo expresar que “El universo no es sistema, es decir: coherencia lógica. Sino estructura jerárquica de paradojas” (Escolios II, 129) De hecho, gran parte de los escolios están fundamentados en pensamientos paradójicos nacidos por supuesto de la visión fragmentaria de quien se ha ubicado en los instantes, los cuales tienen su propio valor y por lo tanto, su axiología se remite a una inmanencia del fenómeno cuyas resonancias sólo son comprensibles en tanto se ubique su contexto intransferible y único. Gran parte de la relevancia dada por el autor al fragmento y el instante tiene su origen en la asimilación del valor de lo concreto hasta el punto de poder ver en ello rasgos de un sensualismo y erotismo que distan mucho de la imagen convencional del bogotano. Los enfoques a partir de los cuales se determina esta metafísica de la sensualidad, en la cual la carne es un aspecto vital, no son constantes dentro de la obra; sin embargo, permiten describir una imagen distinta que dista de las visiones reduccionistas del autor. Así, “Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia” (Escolios I, 110) o “Mejor no ser nunca nadie, mejor no ser nunca nada que matar en nosotros el deseo, que extinguir nuestra sed” (Notas, 58) Esta apasionada descripción de la concreción e importancia del instante nace del inequívoco sentido que el autor le confiere a lo fragmentario nacido precisamente de la experiencia concreta[5]. A ella se debe el abordaje que se adopta en los Escolios de la verdad.

La verdad en lo concreto
Si para Gómez Dávila “Sólo una cosa no es vana: la perfección sensual del instante” (Escolios I, 44) es en vista de su inclinación a lo concreto e inmanente como fuente de verdad. En efecto, la evidencia proporcionada por la experiencia de lo concreto se plasma en una identificación directa e intransferible que mucho tiene que ver con la idea de verdad como alétheia de estirpe griega. Se trata de la tipificación de la verdad como identidad propia generada dentro del vínculo personal con el instante vivido. Al margen pues de las concepciones de verdad como adecuación, coherencia, etc., Gómez Dávila se siente ligado a un tipo de verdad ofrecida por la evidencia de lo inmediato. “La verdad no es juicio, sino adhesión a una evidencia concreta” (Escolios I, 58) Tal inclinación hacia la manifestación directa de lo encontrado en la cotidianidad ha sido poco tenida en cuenta en los estudios gomezdavilianos. Este rasgo es sumamente importante si se tienen en cuenta las implicaciones que derivan de allí contrarias a las concepciones dogmáticas que se han querido mostrar en el autor y por medio de las cuales se estaría suponiendo una inclinación hacia la verdad como adecuación que en manera alguna aparece en los Escolios. Más que una verdad asimilada como concordancia o como coherencia hacia una creencia previa, la verdad en el autor aparece como “la imprevista y misteriosa eflorescencia de una trivialidad” (Ibid. 130) En gran medida esta postura no se aleja de una hermenéutica amparada en la posibilidad de establecer la autenticidad de nuestra experiencia y por ello su verdad, sólo de acuerdo al contexto que la envuelve. El desenvolvimiento de una verdad sólo acontece en la medida de describir una experiencia única e intransferible derivada de un contexto particular cuya evidencia se asume como desvelamiento. Por ello, “La más simple verdad es tan compleja que ninguna fórmula la expresa, y requiere para expresarse el contexto global de una persona y de una vida” (Ibid. 208)[6] La concreción de una verdad es su sentido más elevado, dado que su grado de estimación depende de la adhesión personal y por ello, es el contexto en el sentido fenomenológico lo que hace que la identificación de la misma sea auténtica. En muchos escolios el autor ha rescatado el valor de la literatura en este sentido. En efecto, es la inteligencia literaria la capacidad de pensar lo concreto (Cfr. Escolios II, 152) de acuerdo al desvelamiento fenomenológico acontecido en la experiencia poética y literaria que en gran medida ha desechado la filosofía de carácter sistemático. Este desvelamiento tiene un carácter cuyos despliegues se topan generalmente con el sentido de la filosofía como epifanía.

La filosofía como epifanía
A partir de la experiencia del instante como acontecimiento único e irrepetible, se establece en el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila una concepción de la filosofía que en buena medida choca contra la ortodoxia de la misma. La búsqueda gomezdaviliana por la manifestación de una metafísica de lo concreto explícita a través de la verdad como epifanía desestima las posiciones que han querido ver en el autor a un pensador que puede ser fácilmente inscrito dentro de una ortodoxia definida. Nada más inexacto a la hora de confrontar el buen número de escolios que se acercan a una identificación de la verdad con el instante vivido, esto es, irrepetible, que se manifiesta en la cotidianidad y en la confrontación personal a que está abocado irremediablemente. Que la verdad sea persona es algo que el autor ha establecido en la medida de identificar el carácter intransferible de la manifestación inmediata de lo descubierto en el devenir de cada existencia. La ubicación del contexto no es dimensión esporádica de la verdad sino auténtica legitimación de la misma. La hermenéutica derivada de allí establece una determinación del hombre a partir de la cual se asume como situación siempre concreta, cualquier legitimación de una identidad en el mismo que le haga ver como individuo ya totalmente fundado no es más que una construcción falsa que niega la propia posición del autor al respecto. La verdad del hombre es siempre verdad en situación, verdad en contexto, verdad como epifanía, verdad concreta. Por tal motivo en sus Textos Gómez Dávila afirma:

Es menester repetir con ahínco que el hombre es su situación, su situación total, y su situación nada más. (…) El presente es el insustituible lugar de lo real; lo que existe sólo existe en él. Existir es estar en el presente; es ser presente. La existencia existe en un presente eterno. El presente es la jugosa pulpa de las cosas, la morada inmoble del ser, el espacio luminoso donde residen las esencias. Es la existencia plena y densa; la substancia sin menguas; el acto puro del ser absorto en la colmada exaltación de su júbilo. Pero la validez intemporal, la repetición incesante, la caza de instantes abolidos, sólo son simulacros estériles e inanes del presente en la fluidez del tiempo. En efecto, aun cuando sea su realidad y su existencia, el presente es, sin embargo, lo que el tiempo mata, lo que tiene función de matar. (Textos I, 23-25)

Estas líneas no sólo revelan una postura que la filosofía contemporánea de Nietzsche a Heidegger ha interpretado a partir del carácter trágico del primero y del devenir existencial del ser en el tiempo del segundo. Instauran una fenomenología y una hermenéutica en donde se logra apreciar un posicionamiento claro del autor en lo que respecta a la exégesis del hombre y por ende de su verdad[7]. Puesto que el análisis debe concentrarse en dichas líneas y no solamente en las posibles conexiones con otras filosofías, su estudio permitirá detallar un enfoque fundamental del pensamiento del autor en torno al fenómeno de la verdad en la persona y su manifestación como epifanía.
El énfasis en el presente implica una acepción de la específica transitoriedad de la existencia humana y por tanto, una identificación del sentido con la ubicación contextual de la cual surge. ¿Qué relación se establece entonces entre el tiempo y la verdad? ¿No es esta relación una identificación grave de la tragedia[8] propia del hombre y por la cual se reconoce su transitoriedad, esto es, su devenir irremediablemente ligado a la caducidad? De estas consideraciones sólo puede surgir una visión de la verdad como visión concreta y por lo tanto, sólo esta podrá ser auténtica, eminentemente habitada por una identificación de lo evidente, de lo manifestado en el desvelamiento del ser inmerso en el tiempo. No es otra la razón por la que con significativas repercusiones fue posible a nuestro autor haber concebido que “La literatura es la más sutil, y quizá la única exacta, de las filosofías” (Escolios II, 134), lo que en otros términos significa que la filosofía es realmente una epifanía. Al suscribirse a una descripción sobre lo singular o lo particular, la literatura se ocupa de exponer una manifestación de una verdad, esto es, de una emergencia de lo evidente. Si “toda verdad va de la carne a la carne” (Escolios I, 171) esto se resume en la inequivocidad de toda experiencia directa e intransferible que nace de la concreción temporal en donde habita el hombre.
Por supuesto, esta displicencia que Gómez Dávila tiene para con la filosofía entendida como sistema totalizador de conceptos no será bien recibida por los ambientes tradicionalistas de la misma. Los rasgos de una filosofía como epifanía se detallan en el mismo estilo del escritor. ¿No son acaso los escolios una confirmación de lo que se revela en la inmediatez? ¿Una confirmación del desvelamiento del ser atrapado en la concreción de la nota, la sentencia o el escolio? La escritura de este tipo explicita una manifestación inmediata que se ampara sólo en la concreción del instante del cual se origina. No nace pues bajo los auspicios de una obra acabada o proyectada hacia un acercamiento a un objetivo cualquiera. En la escritura fragmentaria el fragmento ya es un todo, y en este caso, es un todo que hace evidente una expresión única, es decir, una verdad acaecida como desvelamiento.
Esta visión de la verdad como epifanía respalda la noción que Gómez Dávila deja advertir con respecto a la filosofía en la medida de no ver en ella una disciplina o una profesión sino ante todo un compromiso vital que se construye día a día y por el cual “(…) La obra propia de la filosofía es una vida y no un conjunto de recetas” (Notas, 443). Que la filosofía sea una manera de vivir, una estética de la existencia, es algo que queda suficientemente legitimado por la no vinculación del autor en un derrotero específico de búsqueda de áncoras definitivas como las que proporcionaría un pensamiento sistemático. Pero el reconocimiento de la marginalidad del instante, el aspecto trágico que de allí deriva, la posibilidad de ver en ello una metafísica nacida en el seno de la transitoriedad, hacen que sea posible comprender por qué para el autor la vida escribe sus mejores textos en apéndices y márgenes.
[1] Hago referencia a la tendencia academicista de representar la filosofía como simple comentario a la tradición, y no como configuración de una existencia, tal como se concibe en Gómez Dávila. “Que la filosofía pueda parecer a algunos como una disciplina puramente intelectual, como un conjunto de conocimientos, como un grupo de investigaciones, es una singular aberración. La filosofía es una vida. La filosofía es una manera de vivir (…)” (Notas, 164)

[2] Paradójicamente el mismo Gómez Dávila tiene en común con autores como los citados, el hecho de mostrarse como un crítico de un tipo de racionalidad, de moral, de interés; lo cual es suficiente para ubicarlo dentro de aquellos pensadores que han reconocido (sospechado) motivos ocultos en la cultura. Como escéptico es pródigo en ejemplos de ello, pero de todas formas, eso no lo exime de haber caído él mismo en consideraciones análogas a las criticadas.
[3] A pesar de que el autor puede ser criticado por los prejuicios que sostiene, no hay que olvidar que él mismo podría ser contado entre quienes se ubican entre los pensadores de las sospecha debido a su comprensión desengañada y escéptica. De hecho, “El modelo contemporáneo de bobo se caracteriza por el apasionamiento con que se proclama libre de prejuicios”; o también la contundente afirmación: “Desde hace dos siglos llaman “librepensador” al que cree conclusiones sus prejuicios” (Nuevos II, 13)
[4] Se han visto aún casos en que la misma izquierda se sirve de la crítica que el colombiano hizo de la modernidad y principalmente de la configuración burguesa del mundo, la cual entre otras cosas es una de las miradas más originales que se han hecho sobre la estructuración del mundo moderno.
[5] Esta experiencia esta demarcada por un halo trágico. En efecto, Gómez Dávila se da cuenta de que la inmediatez de la experiencia no es sólo evidencia directa sino también abocada a la finitud. En torno a esto pudo escribir: “La verdadera sensualidad es avidez de la eternidad de su objeto” (Escolios I, 150) En dicha avidez se manifiesta la experiencia trágica del instante ligado a la finitud y asumido en la posibilidad siempre trunca de desplegarse en la eternidad.
[6] En este mismo sentido se despliega este escolio: “la verdad es la melodía de ciertas almas más que el producto de determinados métodos” (Escolios I, 295)
[7] Es también evidente en ellas el que estén concebidas en un lenguaje no muy académico y por tanto hayan sido desestimadas. Sin embargo los rasgos fundamentales de las mismas detallan unas consonancias ineludibles con la fenomenología y la hermenéutica, específicamente de la línea heideggeriana. Esto no significa que el autor de Ser y Tiempo haya influenciado a Gómez Dávila, tan sólo es la exposición de unas posiciones similares que corresponden a posturas y contextos totalmente independientes.
[8] En el lenguaje del propio Gómez Dávila más que de tragedia debe hablarse de fracaso. Cfr. Textos I pág. 22-36.



BIBLIOGRAFÍA

GÓMEZ DÁVILA, Nicolás
- Escolios a un Texto Implícito Tomo I, Villegas Editores Bogotá, 2005
- Escolios a un Texto Implícito Tomo II, Villegas Editores Bogotá, 2005
- Nuevos Escolios a un Texto Implícito Tomo I, Villegas Editores Bogotá, 2005
- Nuevos Escolios a un Texto Implícito Tomo II, Villegas Editores Bogotá, 2005
- Sucesivos Escolios a un Texto Implícito, Villegas Editores Bogotá, 2005
- Notas, Villegas Editores Bogotá, 2004
- Textos I, Villegas Editores Bogotá, 2004
- De Iure (1988) en Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario No. 542 (abril-junio) pp. 67-85.
- El Reaccionario Auténtico (1995) en Revista de la Universidad de Antioquia, Medellín, No. 240, pp. 16-33.


Abad, Alfredo Pensar lo Implícito en Torno a Gómez Dávila Postergraph, Pereira, 2008.